Algo estamos haciendo mal

Me he ido a vivir a un piso de estudiantes y mis vecinos, con los que estoy puerta con puerta, son dos señores mayores con un perro. En lo que va de primera semana, me los he encontrado en el rellano dos veces para coger el ascensor: una vez a él y otra vez a ella. En las dos ocasiones nos hemos presentado y, ojo, me han pedido perdón por si el perro, aún cachorro, hace mucho ruido. Repito, dos señores de alrededor de 65 años, disculpándose ante un niñato de 21 por exceso de ruido. Se lo conté por la noche a mi compañero de piso y los dos coincidimos en que algo estábamos haciendo mal.

Somos una vergüenza para la comunidad universitaria, pero es que hay veces que, imprevisiblemente, los papeles se intercambian. Si lo piensas bien, el ruido no es algo que solo sea patrimonio de la juventud, si no que se lo digan a nuestro Rey Emérito, que aún sigue actuando como un adolescente con acné que decide irse de casa cabreado con sus padres. Don Juan Carlos, en su ocaso, no deja de comportarse como un nene travieso al que le gusta pinchar y provocar. En esta ocasión, el padre es el hijo, y el hijo es el padre. No digo que haga mal yendo al entierro de la Reina, al revés, creo que le corresponde ir como ex Jefe de Estado y familiar de Isabel, digo que es una vergüenza que alguien que sabe perfectamente cómo funciona el mundo mediático y diplomático, decida aceptar la invitación sin encomendarse a su hijo, siendo totalmente consciente del revuelo que va a formar su presencia y del daño que puede causar a la institución que hasta hace poco lideraba él. No es lo que haces, es cómo lo haces.

Nunca hay roles establecidos, la gente cambia y no siempre en la dirección que le tocaría. Los años no tienen por qué hacer a alguien más aburrido. Se puede envejecer a mejor. La edad solo cuenta lo que se lleva vivido, jamás lo que quedará por vivir. El cambio puede estar a la vuelta de la esquina, o sorprendernos en la última vuelta. No, no creo que haya edad para llevar sudaderas con capuchas, tampoco para perrear, enamorarse o bailar reguetón. Creo que hemos pactado entre todos que hay una edad para el desvarío y el disfrute y otra en la que se desvaría y se disfruta en silencio, no vayamos a quedar en ridículo.

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Existen los Peter Pan con canas y los señores mayores sin mayoría de edad. Y todos tienen su encanto. El otro día, un amigo cumplía 42 años y cuando le mandé un mensaje felicitándole me dijo: “Ojalá ser joven de nuevo, Santi, aunque bien mirado, me doy cuenta de que soy lo que quería ser a los 13 años: un hombre viejo, con un Mercedes viejo”. Y creo que no hay más que eso, ser lo que queremos ser sin miedo a que no sea lo que deberíamos ser. Todo llega, y la mítica frase de “cada cosa a su tiempo” cada vez me da más pereza. El tiempo, nuestro tiempo, es lo único que nos pertenece, y creo en el derecho a desperdiciarlo. El deber es una cosa que nos atañe a todos, tengamos la edad que tengamos, los deberes son una putada que se puede copiar los cinco minutos antes de que llegue el profesor y el debería una losa que pesa cuando el árbitro pita el final del partido. Aún queda año, hay tiempo para ver cómo evolucionan mis vecinos, si se escandalizarán cuando hagamos copas o si, por el contrario, aparecerán un miércoles y timbrarán a la puerta para preguntar: “Chavales, ¿tenéis hielos?”.

Santi Gigliotti
Twitter: @santigigliotti
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