Alberto Ortega: “Si hay un sentimiento que me lleve a ser educador es sin duda el amor”

Hablamos con Alberto Ortega sobre inteligencia emocional, educación y el máster que ha desarrollado tras diez años de éxito con el PIIE

Con motivo de la primera edición del Máster en PIIE (Programa de Implantación de la Inteligencia Emocional), El Pespunte trae una conversación mantenida con Alberto Ortega, experto en coaching e inteligencia emocional y creador y director del programa. 

Vemos en el día a día cómo incontables problemas de la sociedad se intentan solventar con parches, de forma parcial o, como se suele decir, empezando la casa por el tejado. Sin embargo, desde hace unos meses, hemos tenido la mala suerte de experimentar muchas de esas necesidades en nuestra propia piel. Ha sido entonces, ante una desbordante incertidumbre, cuando hemos visto nuestra salud mental y emocional como lo que es, algo primordial para vivir pero que, al no tomarse como una cuestión de vida o muerte, posponemos su cuidado.

Hay personas que, por suerte, no lo ven así y se han empeñado en desarrollar formas de educación que contemplen todos los aspectos que resultan imprescindibles para ella. Y no por hacer más llevadero nuestro presente, sino porque ya convivíamos desde mucho antes con demasiadas conductas y situaciones que deterioran nuestra sociedad, como es el caso del bullying.

Hemos hablado con Alberto para conocer su perspectiva y ofreceros una pequeña pizca de su labor.

P: Alberto, ¿qué es la inteligencia emocional para ti? Queremos saber cómo la ves tú.

R: Más allá de las definiciones científicas, me gusta definir la inteligencia emocional como la capacidad de armonizar las respuestas emocionales y las racionales. Algunas personas piensan, equivocadamente, que ser inteligente emocionalmente implica sentir siempre alegría, por ejemplo, y esto puede llevar a conductas adictivas. Por otro lado, algunas personas hablan de controlar las emociones y esto puede conllevar cargas emocionales y otras dificultades emocionales. Para  mí la palabra clave es “armonizar”: aprender a escuchar nuestro corazón (nuestro cuerpo, nuestras emociones, nuestro instinto) y, por otro lado, saber gestionarlo a través del pensamiento que, para eso, somos seres humanos y no lagartos, perros u ovejas.

P: A pesar de que tu contacto con este mundo comienza en EE.UU., como ya nos contaste la anterior vez que hablaste con El Pespunte, tú, por iniciativa propia, adaptaste previamente conocimientos y experiencias personales tuyas a lo que enseñabas en las aulas aquí en España, ¿qué te llevó a hacerlo?

R: Mi experiencia es que cuando las personas descubren que hay otra manera de vivir y sentir se abre un mundo nuevo para ellas e, inevitablemente, suelen querer compartirlo con la gente a la que aman. Si hay un sentimiento que me lleve a ser educador es sin duda el amor. Maturana dice que “amar educa” y ese mismo amor fue lo que me llevó a querer compartir con mis niños y niñas todo ese conocimiento que me acercaba, sin duda, a la felicidad. 

P: ¿Qué trabajabas con los niños?

R: Trabajo competencias emocionales. Aunque hay distintos modelos de inteligencia emocional hay algunas competencias que suelen ser comunes. Particularmente en el PIIE (Programa de Implantación de la Inteligencia Emocional) trabajamos autoestima, responsabilidad, capacidad de reconocer y expresar emociones, de regularlas, autodisciplina, automotivación, empatía, comunicación efectiva, saber relacionarse con uno mismo y con el entorno de una manera sana, altruismo… entre otros. 

P: Entiendo que el aumento de la nota sería el resultado, pero ¿cómo influyó en ellos más allá de la nota?

R: Efectivamente la mejora del rendimiento académico es uno de los resultados que se suelen obtener con la educación emocional. Para mí eso es un resultado obvio cuando se persigue la felicidad del alumnado. Como bien me dijo un chico adolescente hace unos años: “hombre, Alberto, cuando uno es feliz rinde más”… Y así es. Cuando uno aprende a motivarse, a ilusionarse, a quererse, a verse capaz, a ayudar a otros y saber ponerse en su lugar pasa lo obvio: la mejora del rendimiento académico, de las relaciones y del bienestar y equilibrio interior. 

P: ¿No deberían ser imposibles de separar las palabras “educación” y “emocional”?

R: Absolutamente. Y me permito usar esa palabra tan abrumadora porque así, abrumadoramente, lo demuestra la neurociencia: que sin emoción, no hay aprendizaje (F. de Mora. Neuroeducación).  

P: Ya en nuestra antigua normalidad existían diversos desajustes sociales que podían ser mitigados con educación emocional, pero ahora, en mitad de un contexto como el que nos atrapa, la necesidad de saber gestionar nuestra emociones se magnifica. ¿Cómo veías esa necesidad antes y ahora?

R: Particularmente pienso, aunque puedo estar equivocado, que lo que la pandemia ha hecho es poner de manifiesto las carencias emocionales que ya teníamos. Cuando nos han quitado todo lo que nos hace sentir “bien” (ocio, relaciones y en algunos casos, incluso, trabajo y capacidad adquisitiva) nos hemos quedado desnudos con nosotros mismos. En ese encuentro en soledad hemos podido descubrir gran cantidad de carencias, al menos a mí me ha pasado, y nos ha abierto la puerta a desarrollar aspectos en nosotros para los que no veíamos necesidad hacía unos meses. Quienes dejen de señalar culpables fuera y elijan mirar dentro de sí, podrán encontrar algunos aspectos que podrían elegir trabajar y transformar esta experiencia horrible en toda una oportunidad. 

P: Hace menos de dos meses se publicó un estudio en el que se reflejaba cómo al 76% de los docentes y padres les preocupaba la motivación de los alumnos al retomar las clases. Un 61% estaba también preocupado por el manejo de las emociones.

R: Pues justamente lo que hablábamos: que la pandemia ha dejado al descubierto la gran necesidad que ya existía, la de la educación emocional.  

P: Ahora, tras diez años impartiendo el PIIE, se comienza a andar un nuevo camino, el del Máster en PIIE, ¿qué te impulsó a desarrollar este programa?

R: En estos diez años la demanda de nuestra formación ha ido “in crescendo” hasta llegar el punto a principios del curso que acaba de terminar de completarse nuestra agenda para todo el curso escolar durante la primera semana de septiembre. Nuestra capacidad de llegar a personas se ha visto limitada, por el número de personas que conformamos el equipo del PIIE, a alrededor de 1.000 personas formadas por curso escolar. El Máster en PIIE nace con la idea de apoyar a otras personas a adquirir el nivel competencial de las habilidades que propone el programa a un punto que puedan elegir incorporarse a nuestro equipo y aumentar así nuestra capacidad de expandir la educación emocional, no sólo en el ámbito educativo, sino en el familiar, empresarial y sanitario, por ejemplo. No obstante el Máster en sí será una experiencia emocionante para cualquier persona que elija sumarse a esa aventura por y para sí mismos. 

P: Por ejemplo, en las grandes empresas, donde atraer y conservar a personas con talento es primordial, se ve como cada día se valoran más este tipo de cualidades. Sin embargo, la sociedad aún no parece estar del todo concienciada de su importancia. ¿Cómo has vivido tú este cambio paulatino?

R: Hace diez años, cuando nadie hablaba de educación emocional, llamaban a los centros educativos a los que íbamos a trabajar para quitarles las ganas con interpretaciones oscuras y siniestras. Hoy me atrevería incluso a decir que la “educación emocional” se ha convertido en una moda. Para mí, tanto hace diez años como hoy en día, mi propósito es el mismo: que otras personas puedan elegir sentirse felices y hacer felices a los demás. Ni los ataques en su momento me hicieron desistir de mi propósito, ni lo elogios y el reconocimiento de hoy en día me hacen desconcentrarme de lo que me pide mi corazón. 

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P: La transversalidad de las soft skills hace que su utilidad se multiplique, ¿cuáles son los casos más comunes de transformaciones a causa del PIIE?

R: He visto consejos de gobierno de alguna alcaldía llegar un viernes con la escopeta cargada por la tremenda situación que estaban viviendo y salir el domingo con lágrimas en los ojos de agradecimiento. He visto niños escondidos bajo sus capuchas y sus interpretaciones que han elegido sentirse capaces y felices. He visto padres y madres dándose la vuelta como un calcetín en su comunicación con sus hijos e hijas y creando familias realmente envidiables. Podría decir, en definitiva, que he visto personas, niños, adolescentes, familias, centros educativos, facultades universitarias, empresas e, incluso, algún pueblo, que han elegido despertar a la VIDA ─así, con mayúsculas─.   

P: ¿Qué diferenciará a una persona que finalice el máster de otra que no lo haya cursado?

R: Habrán abierto puertas hacia sitios que antes ni se planteaban. Habrán conocido la fundamentación neurocientífica de todo lo que va a experimentar en primera persona y desarrollado habilidades de autoconocimiento, de relaciones, de liderazgo y de oratoria… ¡casi nada! 

P: Claro, que también importa qué actitud y objetivos tenga cada persona. ¿Qué debe motivar a una persona que piense cursar el Máster en PIIE?

R: El Máster en PIIE está diseñado para personas que quieran cambiar y propiciar un cambio en su entorno personal y profesional. No es un máster al uso, para poner en un curriculum (aunque, obviamente, también cubre esa necesidad el Máster en PIIE). Facilitaremos información, formación y, también, transformación. Quien no esté disponible para cambiar puede encontrar otros muchos másteres en educación emocional donde, aunque parezca incongruente, predomina el aprendizaje intelectual. No es el caso del Máster en PIIE donde armonizaremos aprendizaje intelectual y emocional.   

P: Para finalizar, tenemos una pregunta realizada por los alumnos ya inscritos en el Máster en PIIE. Quieren saber tu opinión sobre el futuro de la inteligencia emocional en los colegios. ¿Crees que en un futuro no muy lejano la mayoría de los colegios la incluirán como asignatura o materia transversal?

R: ¿Una pregunta de los ya inscritos?… ¡que ilusión! Pues creo que se va haciendo patente la necesidad de incluir la educación emocional en el currículo académico. No obstante, creo que aún hay muchos docentes aferrados al proceso de enseñanza-aprendizaje tradicional y que no están por la innovación educativa. Pienso que es muy importante que los que sí lo estamos seamos empáticos con esa parte de la comunidad educativa y no tratemos de imponer. Necesitamos ser ejemplo y que la necesidad surja de manera natural. Tampoco soy partidario de que se plantee una asignatura de educación emocional pues lo veo más como un contenido transversal y, por tanto, debe nacer de la voluntad y necesidad del docente. Sí creo que la administración debe seguir favoreciendo la sensibilización y la formación en educación emocional para el profesorado y tener en cuenta estas competencias en la selección del profesorado para que sean ellos los que eduquen desde ese planteamiento.

 

Para recibir más información sobre el Máster en PIIE o hacer cualquier tipo de consulta, está habilitada la dirección de correo masterpiie@qualy.es

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