Ahora no tiene gracia

 

Aunque cueste de imaginar, a veces entra en debate el deseo de mantener vivo un sentimiento y el riesgo de perderlo si ríes la gracia o pasas por alto según qué. Y a eso me refiero a continuación.

Ocurrió mientras tapeaba con unos amigos en un bar lejos de Osuna. Ahí noto que una persona me mira fijamente. A través de una vidriera observo que su fisonomía no me dice nada, no lo reconozco. Decidido se dirige a la mesa y me pregunta: ¿Eres Antonio, hijo de Pepa la Irene? Al oírlo me dieron ganas de abrazarlo; siempre me identifican por la pinta paterna.

Sin duda era de Osuna y, por la apariencia física, casi coetáneo también, pero su cara era distante en el recuerdo. Voy cumpliendo años y la memoria ya me regatea.

Así es, le respondo. Nos dimos un apretón de manos y repasamos el estado de la salud familiar.

Mientras intentaba recordar en qué casapuerta intercambiamos las aventuras de «El Guerrero del Antifaz», me sorprendió diciendo: «El otro día haciendo zapping en la tele apareció Osuna, tu pueblo, ¿lo viste?» Ingenuamente le corrijo: «Y el tuyo también…» ¡Ah, no, perdona, yo de Osuna ni la luna! Respondió.

¡Ahí va la hostia pues! Que diría un vasco, pensé.

Admito que la respuesta fue un golpe bajo que no esperaba e hizo reír a los presentes.

Mi madre decía que ante las situaciones embarazosas no había que sulfurarse. Me hubiera gustado, en este caso, recoger la cosecha que sembró, pero no, ya notaba que el personaje en cuestión perdía la credibilidad con la misma rapidez que pierde la gracia el chiste que se repite.

Enseguida aparecieron interrogantes por mis entendederas: «¿Será que aspirar polen en exceso por esta fecha, además de provocar alergias, también causa efectos tontorrones en algunas personas? ¿Le vendrá la tontería inoculada ya desde el útero materno…?»

Llegado a este punto de conjeturas sobre la actitud pamplinosa (dejémoslo así) caí, le reconocí y, debido al respingo que me provocó, me trasladé a finales de los años 60 en Osuna. Fui en su busca.

Por aquél tiempo, el solano no oxigenaba generosamente con equidad a sus habitantes y, lamentablemente, al igual que hoy, invitaba más a irse que a quedarse.

Predominaban, casi por naturaleza, las costumbres arraigadas en ursaonenses que, incomprensiblemente, más que sumar restaban méritos a la grandeza histórica, cultural o popular que tenían delante, aceptaban de buen grado la mediocridad de volar bajo, como las gallinas, aunque eso implicara el no reconocimiento de verdades que rodeaban.

En la alameda, ese sitio de besos robados, despedidas y tantas cosas más, lo localizo, había venido a Osuna de vacaciones a los varios meses de despedirse del «cortijo de Marchelina».

Con corbata, gafas de sol y un chomineo bárbaro en el léxico (como queriendo mostrar una exquisita capacidad, no para aprender, sino para rechazar con urgente cura lo suyo) nos venía a decir a los amigos que atrás dejó que, nada más llegar a la ciudad costera de Tarragona, su padre y él se colocaron en un pesquero para faenar por el Mediterráneo, desde entonces la vida les iba viento en popa.

Los gorriones de la alameda fueron testigos de lo divertido que resultaba escuchar las charlas «sabiondas» sobre el arte de pescar merluzas, sardinas… y de lo avispado que había que estar en matemáticas en las subastas de la lonja del puerto, incluso.

De regreso a la actualidad con el personaje, hoy con la espalda doblada y el pescado vendido, me cuenta que pasa los días contemplando el vuelo alocado de las gaviotas en el muelle portuario. Nada ilógico. Si no fuera porque vive felizmente anclado en el estereotipo de ignorancia de aquellos años cuando pensaba que la «eslora» es una especie marina difícil de pescar en alta mar.

¡De Osuna ni la luna! Dice… «malos mengues lo tajelen, esto hoy no tiene gracia».

¡Claro que vi mi pueblo, y voy y vengo a mi pueblo criatura! Mis sentimientos continúan alineados con las lecciones de flamenco y toros de José María Sierra, los sabores de la Taberna Raspao, la bondad de Pepe «el boticario»… Incluso (esto me lo callé) soy tan de la luna de Osuna que aún me irrito con las cosas de mi pueblo 40 años después».

«Osuna seguirá siendo mediocre en muchos aspectos».

La frase no es del «paisano ingrato», ni mía, es de Manuel Fernández (director de este medio). Me embargó la tristeza al leerla. Y es que la aseveración no proviene de la medianía, él es un ciudadano cualificado de Osuna que no cree que sea de recibo emplear la galbana con el referente cultural, D. Francisco Rodríguez Marín, por ejemplo, o con la historia más ancestral como es la Necrópolis de Osuna, que digo yo.

No, esto no tiene gracia. Pasé un mal rato observando el lamentable estado de dejadez en la que se encuentra parte del legado de la «Antigua Roma» de mi pueblo. Una demostración de indolencia nada ejemplar del solano de Osuna que me recordó prejuicios caducos.

La Cueva de José «El Latero» (hoy cuchitril de ganado escondido en lo privado) no la vi, ni falta que hace, la tengo en un lugar de mis recuerdos. Tampoco diré nada (sería entrar en cuestiones políticas y de lo que no sé no hablo) ni me dio la risa, esto ahora no tiene gracia.

«En la vida, algunos hombres nacen mediocres, otros logran mediocridad y a otros la mediocridad les cae encima». No es cosa mía. Lo dice Joseph Heller, escritor neoyorquino.

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