Abajo del escenario


Suena el despertador y es 28 de febrero. Suena el despertador en el exilio voluntario de la tierra mía, de la Andalucía querida. Pero, a su lado, hay una maleta hecha. Abajo, un coche con el depósito lleno y el disco de Perales cantando Libertad desde el silencio, encasquillado en un reproductor de CD averiado. Dejando paso a los acordes que entran por la ventana, que llegan con fuerza desde el sur, que invaden el espacio a golpe de la Andalucía del Kanka.
Ese coche en el que los intermitentes suenan a los pitos de carnaval que estallan el Gran Teatro Falla. Donde el Google Maps apunta hacia la tacita de plata de la libertad. Donde se escucha a los que están en la gran final, y a los que se han quedado por el camino. Donde se disfruta de la presentación de Las Ratas coreando el estribillo que ha marcado el COAC. En el que se escuchan con atención los pasodobles punteros del Chapa y su Tribu, el ritmillo enterrador del Cementerio, la fiereza de los que resucitan por febrero volviendo del otro barrio. En el que se cuentan chistes de Eugenio valiéndose de los cuplés surrealistas de los Calaíta —son buenos, eh—, de la pureza del Yuyu, de la energía de los disléxicos, de la mucha alegría y el poco dinero de los butaneros.
También en el que se derrocha más felicidad que en la Chirigota del Bizcocho. Flipando con sus himnos como si se le hubiese dado un lametón al sapo junto a los Hermanos del Buen Fin. En ese mismo, que ya pisa tierra extremeña mientras apunta con la guitarra hacia el Palacio de San Telmo, se descojona uno con la crítica de la crítica que ha traído con valentía el Selu. Se pilla un cafelito fresquito que sabe a botellon de los Inhumanos y donde se está más apretado que los de Écija en el ascensor subiendo Al cielo con él.
Se disfruta de la Andalucía que se vive en los corazones, de la que nos acompaña por Los Madriles y allá a donde vayamos. La que tamiza cada pregunta que se le ronda a este plumilla por la cabeza. La que me acompaña en la cervecita de después, en la simpatía para con los diferentes, en la libertad de pensamiento y expresión. En decir las cosas como son, en criticar con la ironía gaditana, la chulería sevillana, el compás con mala follá granaíno, la poesía jienense, con la simpleza brutalidad de la genialidad onubense, el desparpajo almeriense que señala al apelado directamente, el toreo espetado malagueño, con la referencia histórica cordobesa y su seseo simpaticón del que las mata callando.
Se disfruta de esa Andalucía que se ha bajado del escenario. De la que canta en la calle y se desmarca de los focos. La del día a día que representa la felicidad. La de los de abajo del escenario. Estar abajo del escenario es estar en la calle. En la Plaza Mina cantando, sintiendo el cariño que la gente ha traspasado de tu arte a ti. Estar abajo del escenario es ser más andaluz que nadie, con tu gente y tu idiosincrasia. Tus sonatas que cantan a la Patria. A las entrañas del salmorejo y el pescaíto frito coronado con la tortillita de camarones que acompaña a la Cruz Campo fresquita. Estar abajo del escenario es un buen fin.
LARGO DE PENSAR
Montilla, Córdoba. Periodista de los de antes, columnista del ahora. Escribo como tomo un buen vino: saboreando los matices.