
LARGO DE PENSAR
Montilla, Córdoba. Periodista de los de antes, columnista del ahora. Escribo como tomo un buen vino: saboreando los matices.
Reconozco estas líneas. En ellas me siento como en casa. Surfeando la R en amarillo para después inmiscuirme en la literatura de los mejores escritos, de mi literato preferido. Las reconozco porque las he visitado al menos una vez a la semana durante los pasados cinco años. Los domingos o los jueves podían ser otras las cabeceras a las que accedía el teclado de mi móvil nada más caerse las legañas sobre la almohada. Pero los sábados eran de Pespunte obligado, del artículo de mi colega Santi, de los profundos análisis políticos de verbo desenfrenado.
Lo abría y comenzaba a leer mientras esa eP en blanco que se descubre bajo el cuadrado amarillo me miraba de reojo recordándome mis meses en agencia de noticias. Escribiendo desde la más estricta objetividad y guardándome la afilada pluma para mis colegas de los domingo. Ahora les escribo a ustedes, como lo hago a menudo con mis colegas. Lo hago saboreando un exquisito Fino de mi tierra, de los que dejan matices inabarcables, de los que combinan con un buen queso y un libro descascarillado de tanto manosearlo.
Lo hago presentándome y contándoles de dónde vengo. Claro que ustedes ya son colegas de mi colega y eso me facilita las cosas. Relatándoles que soy un joven de provincias cuyo sueño se llamaba Madrid y cuya nostalgia se quedó entre Córdoba y Sevilla. Lo que pueden esperar de mí, de mis escritos de los viernes que saben a resacas de los jueves. A desdichas de romántico parlamentario que anhela una clase política que le llegue a la suela de los zapatos rotos de una sociedad enfrascada en folletos digitales que les dicen cómo vivir.
A luchas de guerrilla bajo las cargas de los antidisturbios de manifestaciones a las que asisto como espectador. A pie de actualidad de Cámara Baja, a la que dedico la mayoría de mis pensamientos. A golpes de tecla en una redacción en la que retumban sonidos de radio. A revelaciones de pensamientos hipócritas vertidos con cara de cemento armado a votantes desilusionados.
A palo cortado. Ese vino al que le pusieron una vez una raya horizontal porque no valía. Al Fino se le había roto el velo de flor. No servía y lo marcaron para que así constase. Y la bota con el palo cortado se quedó allí en una esquina de la Bodega. Esperando que un día la tiraran a la basura. Asistiendo expectante al paso del tiempo. Cogiendo telarañas por los costados. Hasta que un día alguien se percató del caldo caído en el olvido. Y lo probó. Descubrió un vino de matices que nunca antes se habían saboreado. Que venían del Fino y recordaban al viejo Oloroso. Que descubrían verdades de la Bodega, de la sociedad.
No esperen situaciones edulcoradas, juicios que obedezcan a ideologías o intereses escondidos bajo piedras de ruido. No busquen que intente darles la razón. Que les diga lo que quieren escuchar, que pienso igual que ustedes, o que no lo hago y por ello deben leerme.
Busquen verdades incómodas, desarrollos de pensamientos simples a pie de barra, argumentos hilados con los recuerdos de las noches desenfrenadas, de lecturas calmadas o vivencias exprimidas. Conversaciones de tú a tú, que es como se habla a los colegas. Si eso es lo que quieren, intentaré no defraudarles el próximo viernes.
