“A Complete Unknown”: una balada especial


El biopic en su mayoría, es un subgénero de arquetipos, como ya exponía en un artículo sobre Ferrari de Michael Mann. Un molde ya forjado, determinados por las figuras reales que tratan de adaptar. Pero hay ocasiones, benditas ocasiones, en las que el molde se convierte en polvo y desaparece. Nos da por hablar de la tendencia reciente por parte de Hollywood a producir esta serie de cintas, pero también quiero recordar que existen películas como Amadeus (la reina indiscutible), Toro salvaje, JFK, El aviador, La lista de Schindler, Walk the Line, Bird o Ed Wood. Aquellas que rompen el dichoso molde porque no se preocupan por ello. Adaptaciones reales porque convierten a Jake La Motta, Oskar Schindler, o a Mozart en personajes cinematográficos tan realizados como Michael Corleone, Charles Foster Kane o Rocky Balboa. Porque se preocupan por ser películas.
Pero vamos allá otra vez. En esta ocasión se lleva a la pantalla grande la figura del hombre de las botas de cuero español, el hombre delgado, la piedra rodante, el completo desconocido. Esta vez se adapta a Bob Dylan, interpretado por la joven estrella Timothée Chalamet dirigido por mi siempre queridísimo James Mangold. Estos ingredientes quieren crear algo más de lo que a simple vista aparenta. Porque hay algo en A Complete Unknown que se me escapa. Un aspecto que la descoloca de entre las grandes películas que he nombrado previamente, y no me refiero a una cualidad que la pone en desventaja. Y sin embargo, me doy cuenta de que a medida que escribo la crítica parece que estoy hablando más del propio Robert Zimmerman (Bob Dylan) que de la película que lleva su nombre. Ahí está la cuestión. La película es él. Ese aspecto de la misma que no consigo muy bien descifrar creo que tiene algo que ver con una cualidad inherente del cine: la magia.
Tal es la cuestión que tras abandonar la sala la primera vez, la película clamaba a gritos que regresara. Y así lo hice. No es como ningún otro biopic que se me ocurra, salvo la referencia de James Mangold para la misma (Amadeus). Por la borda se echa la cansina línea narrativa de abordar todos los años de vida del artista. ¿Drogadicción? ¿Datos curiosos? ¿Revelaciones del pasado? ¿Ascenso y caída? ¡No! Bob Dylan desde que se presenta con guitarra en mano y su ropa sucia y holgada en el Nueva York del 61 hasta su conversión a la eléctrica en el 65. Punto final. La figura enigmática de Bob Dylan ansiosamente revelada… No, no y no.
Por fin me encuentro ante la biografía de un artista que no me trata como un pelele que acude al cine con el interés de un buscavidas desamparado por YouTube. Donde la conversación principal no es el dónde ni el por qué, sino el plano y lo que hay en él. Por fin me encuentro ante una película sobre una figura musical que, efectivamente, revuelve alrededor de la música que nos regaló. Donde los silencios, los gestos, las miradas y las reacciones emiten más información que cualquier línea de diálogo. Donde la cámara se convierte en algo más que un objetivo recordando.
Qué otra cosa es el cine sino una cápsula del tiempo a otro lugar, a otro momento. Mangold no quiere notas a pie de página, nos quiere allí. Nos quiere sentados de piernas cruzadas bajo los árboles en primavera mientras escuchamos a Dylan entonando The times they are a-changin’, o ver a Monica Barbaro resucitando a Joan Baez en el Gaslight, o a Johnny Cash alzando su guitarra por el escenario. Dos horas y veinte que recuerdan al cine en el que no se necesitaba nada más que a Dean Martin cantando My rifle, my pony and me en medio de Rio Bravo. Donde sólo estás tú, la pantalla y la luz del proyector. Una gozada de película.
BULEVAR DE PELÍCULAS
Escribiendo guiones desde que alcancé edad de dos cifras. Ex estudiante de cine y ahora intentando el periodismo. Dirigí y escribí un cortometraje que hice con mis compañeros de vida (“Thugs”), tengo un podcast en Spotify (“Reservoir Cinema”) y mi pasión está reservada a las películas.