40 días, señores


Permitidme que apague Carnaval por un momento. Que suene otra sintonía gaditana —pido perdón por mi devoción a la Tacita—. Que soplen las cornetas de Rosario de Cádiz, que retumben los tambores de la lealtad semanasantera, que se coloque la ceniza en la frente y no en el cenicero. Permitidme que prenda el incienso, que me ahume con recuerdos que empiezan con izquierdos. Dejadme que piense que esto ya está aquí y que la lluvia se está empachando para no hacernos la faena en la Madrugá sevillana. Para que salga con holgura la Vera Cruz de San Agustín este Martes Santo.
Decidme que la Cruzcampo de después del curro no suena a salida por lo alto, o más bien por lo bajo, a cuclillas, acariciando el portón de la iglesia. Que Andalucía se pone bocabajo y su sede se encuentra en las catedrales. Que ya va siendo hora de que el pescaíto se haga el rey de los viernes. Que las cervezas de los jueves se impregnen de incienso. Hora de que los chiquillos se prueben la túnica, vaya a ser que hayan crecido desde el año anterior. Que mi padre prepare las medallas de la hermandad para mi soñado Viernes Santo montillano. Que mi abuela haga rosquitos y pestiños para sus nietos, que es que ya mismo vienen de Los Madriles. Que las torrijas se esmeren en los escaparates.
Hora de que Sevilla se vista por los pies que arrastran el esparto. Hora de que el reloj intensifique los ensayos. De la cuenta atrás a golpe de capirote. De las bolas cera que marcan una era. De los quejíos cantados con arte que acompañan a los pasos y a los tronos, esos que no paran de helarte. Para eso se creó el flamenco, dijo mi paisano Antonio Gala, para quejarse bonito. Y no hay nada que vista más que el quejarse bonito de una saeta que acompaña al cristo de tus amores. Al dueño de tu cartera por medio de la estampita que te cuida hasta de la calufa que cae por agosto.
El momento de que las cuadrillas se arreglen el costal. De que el compadreo siente cátedra entre la trabajadera. Que aquellos que tiran al estilo malagueño se amarren al varal. Que levanten el hombro para que los santos se abracen al pueblo. De que nos acordemos un poco más de ir a misa los domingos, que nos lo creamos y no lo hagamos sólo por tradición, que cojamos el sitio de nuestro padre o nuestro abuelo, sí, pero que lo hagamos con la misma devoción que lo hicieron ellos. Que no caigamos en el postureo cofrade que tanto nos estigmatiza. Que nos creamos que esta semana es santa, es única, es nuestra. Del que la quiere y la respeta. Del que la mira con asombro, del que la levanta y la admira. Y no del que la organiza.
40 días, señores.
LARGO DE PENSAR
Montilla, Córdoba. Periodista de los de antes, columnista del ahora. Escribo como tomo un buen vino: saboreando los matices.