1881

Un poeta estadounidense -EEUU además de catetos multimillonarios y de invasores también ha dado poetas que invaden de inteligencia- se dejó caer una vez diciendo que a él en lugar de poeta le hubiera gustado ser poema. Que en vez de hacedor o creador perecedero, le hubiera gustado ser obra o creación inmortal. Esto es como decir que los ricos quieren ser el capital mismo, que ya lo son y lo traspasan de padres a hijos; o que los amantes en lugar de personas mortales quieren ser el beso imborrable o la cópula perenne; o que los miserables del mundo en vez de morirse de hambre quieren ser el hambre misma para darle el mordisco de la justicia social a los que manejan el cotarro económico y político. Esto es como decir que el olivo desde la intimidad de sus raíces en lugar de árbol quiere ser aceite, si es posible virgen extra, si es posible, y ya no pide más, de Osuna.

En el mundo medianejo en que vivimos los seres inteligentes y selectos aspiran a ser resultado o fruto y les importa poco el principio o los orígenes que los sustentan. Entienden que el crecimiento y el beneficio, tanto material como espiritual, tienen su base en la transformación. Hay que transformarse para elevarse. Esto, que suena a lema de Mayo del 68 cinco décadas después, es proclama cósmica frente a las dictaduras comerciales, que se adentra sonámbula hasta el último agujero negro del universo. “Hay que transformarse para crecer”: es el grito estático del olivo en la serenidad del campo andaluz bajo el cielo que estiran los místicos como sábanas azules. El olivo es el ser vivo más inteligente y selecto del planeta, porque tiene claro que va a ser aceite gracias a la mano transformadora del hombre, que es el ser vivo más vivo de todos y el más contradictorio: en una mano te trae la penicilina y en la otra la bomba atómica. Y además ahora el ser humano está pasando realmente por horas bajas y sospechosas, pues a prójimos enfervorizados junto a niños y niñas desgarradores y sobreactuados les ha dado por acusarlo de no sé qué cambio climático y otras fechorías. Yo lo acuso también sin remisión de cambiar y transformar la naturaleza en fruto. De sonsacarle a la tierra en las almazaras la sangre verde que te quiero verde. Lo podría acusar también, sin duda, del efecto invernadero y del calentamiento global, pero es mejor que personalidades como Al Gore lo acuse de las evidencias y cobre por ello. Qué vulgaridad con vanidad. Y yo lo acuse de las excelencias y gratis. Qué honor con responsabilidad. Acuso al hombre, el ser vivo más vivo y contradictorio que existe: en una mano te trae el arco iris y en la otra te trae el océano plastificado. En un bolsillo lleva los discursos bienintencionados y en el otro lleva el dinero y los negocios. No obstante, caigo en mi propia contradicción humana, y lo acuso sin arrepentimiento de trasformar el olivar en cultura, riqueza y ambrosía. De hacer poesía líquida con la inspiración de la aceituna. Y acuso descaradamente a todos los hombres y mujeres de Santa Teresa de ser los parteros del aceite de la vida que nace en Osuna y se hace mayor y soberbio en cada envase de 1881.

Aquel poeta estadounidense que quería ser poema nunca se lubricó la existencia ni se aliñó las entrañas con aceite de Osuna; nunca tuvo la oportunidad de sentir en su paladar el sabor más lírico de la tierra. Ni pudo tampoco percatarse de que el aceite 1881 es la estilización artística del campo, la metáfora sublime del gran libro al raso de la naturaleza y el pan mojado en esa metáfora rima con inmejorable. Aquel poeta estadounidense si hubiera sido olivo habría sido poema, poema líquido que fluye por el mundo y cuyo primer verso está escrito en el campo andaluz.

En el Antiguo Testamento Dios no pisa la tierra y desde el cielo le envío el maná al pueblo hebreo que andaba canino por el desierto. En el Nuevo Testamento el Hijo de Dios se atrevió a pisar la tierra encarnado en Cristo, que en griego significa ungido, es decir, el que está marcado por el aceite sagrado. En el Testamento del Sur, que a mí me encanta releer, Dios se pasea por sus calles de madrugá y funde alimento y sagrado, el maná y el óleo santo, y le da al hombre sabiduría agraria para extraer el aceite de oliva virgen extra, que es el aceite del perdón, el que nos redime de los catastrofistas negociantes y de los pecados que hemos cometido y estamos cometiendo contra la madre tierra.

Francis López Guerrero

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