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13 de noviembre

13 de noviembre

Hace ya algunos días, las tornas cambiaron. Siempre es bueno dejar pasar un cierto tiempo para expresarse sobre lo ocurrido, aunque cueste trabajo, aunque, a veces, las palabras no siempre acudan en tu ayuda. Pensar es gratis, expresar lo pensado, no. Han pasado varios días ya desde que el mundo se estremeciera, o no, por culpa de un inexplicable, sangriento, horrendo y vil atentado contra la vida, capaz de universalizar a diestra una muerte siempre siniestra. Ciudadanos, gentes, personas, humanos que ya no serán, que ya no estarán. Mi alma se rebela y mi razón también. Las vidas. Las mentes. Los corazones. La Luz.

Hace ya muchos años, un adolescente tenía la fortuna de salir de su cascarón, del cascarón de su mundo. Seguro que fuera había otras cosas, otras vidas, otros misterios, otras esperanzas, otras alegrías. Entonces no pudo imaginar que también había otras tristezas y otras míseras y miserables miserias humanas. Un mundo e infinitas esperanzas.

Hace ya muchos años, a dicho adolescente, que nada sabía, una lengua le abría puertas al más allá y también al más acá para ir, justamente, más allá. Una lengua e infinitas voces.

Hace ya muchos años, la mente y la vida de aquel adolescente viajaban, polares, a un Norte para encontrar su propio Sur. Un sitio en el mundo, pequeño, incluso minúsculo. Un sitio, sin más, su sitio, el sitio de todos. Un lugar e infinitos universos.

Hace ya muchos años, ese mismo adolescente trataba de comprenderse comprendiendo a un otro que, con paciencia infinita, le hablaba en lengua extraña del valor de la Vida, del valor de Libertad, de la Igualdad y la Fraternidad, de la Música, de las Letras, del Arte y de las Artes, y hasta de la árida economía, llegando a mostrarle que esta no es alquimia de nigromantes, sino simple cuestión de sentido y conciencia humana y humanista de la esencia y, en especial, de la existencia a la que tiene derecho todo ciudadano. No le hablaron de las Armas. Un país e infinitas ideas.

Hace ya muchos años, aquel adolescente aprendió a sentir como propio un hogar ajeno, como propia una casa extranjera. Saliendo de la suya comprendió lo que era estar, permanecer, ser, durar y perdurar. Estando en casa ajena. Hace ya muchos años, el frío y los temores propios desparecían gracias

al calor y al valor ajenos. Salida y llegada. Llegar para irse e irse siendo llegada. Hace ya muchos años, aquel adolescente entendió que otros caminos eran posibles, que otras realidades eran necesarias, imprescindibles casi. Un hogar e infinitos refugios.

Hace ya muchos años, aquel adolescente, con poco dinero y menos luces incluso, disfrutaba con cada matiz, con cada tonalidad, pintando en su mente, en su corazón, en su imaginación, las plazas y las calles, el aire, lo visible y lo invisible del alma de una urbe local y universal. Hace ya muchos años, aquel adolescente entendió que debajo de los adoquines se podía buscar la playa. Y desde entonces la sigue buscando. Una playa e infinitos sueños.

Hace ya muchos años, aquel adolescente aprendió el valor de no renunciar, de perseverar, de avanzar. De no renunciar a la luz y las luces. De perseverar en la Igualdad. De avanzar por las vías de la Fraternidad. Una conquista e infinitos pasos.

Hace ya muchos años, aquel adolescente firmó consigo mismo un pacto que, aún hoy, sigue vigente. Hace ya tantos años que casi lo había olvidado. Hace ya tantos años que nunca lo había vuelto a pensar, lo daba por hecho. Por eterno, por universal, por inamovible. La luz de las Luces eran ya las Luces de para obtener su propia luz, y si podían ser suyas – digo, como dice el poeta, si -, de todos serían. El pacto era solemne. El pacto se tenía que respetar. Nada lo podía romper. Una llama e infinita luz.

Hace ya tantos años que casi lo había olvidado. Y este viernes 13 de noviembre de 2015, aquel ya no adolescente lo ha vuelto a recordar. Ha vuelto a vivir aquellas sensaciones. Ha vuelto a sentir aquellas mismas inquietudes, aquellas mismas necesidades. Ha vuelto a realizarse preguntas. Ha vuelto a mirar y a mirarse, a perder, e incluso, a perderse, sintiendo la Libertad, necesitando la Igualdad y aspirando a la Fraternidad. Un ayer e infinitos hoy.

Y porque aspira a la Fraternidad, a la Igualdad, a la Libertad, aquel adolescente que, entonces, aprendió a vivir de otro modo, que entendió que otro mundo es necesario, que no hay fronteras más que las de las propias limitaciones, que no quería patios donde, cuando llueve, uno se moja como en todos los demás, que la luz de las Luces son las Luces de la luz, que delante espera, siempre, ansioso y anhelante el mañana; por todo ello, y por más cosas, aquel adolescente ha vuelto a aparecer este 13 de noviembre.

Y hace ya unos días que mira, pero no ve; oye, pero no escucha; resiste, pero no soporta; afirma, pero se niega a aceptar. Hace ya unos días que busca y no encuentra respuestas.

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Hace ya unos días que vive París y que reclama Francia. Hace ya unos días que siente París, su París, el París de su admirada Francia en cada una de esas personas sobre las que se ha abatido la barbarie de una locura, de una sinrazón, y de un negocio también.

Hace ya unos días, que vive París y siente el dolor de París en cada una de esas almas volatilizadas en una tarde de ese viernes, que dejó de ser un viernes cualquiera, en las calles de Beirut, en unas calles donde la sangre del undécimo distrito, la sangre del Bataclan, la sangre de Le Carillon fue abandonando, inexorable y a borbotones, el cuerpo de cada uno de los cuarenta y tres libaneses y libanesas sin nombre, sin futuro, cuarenta y tres nadie de la familia de los nadie de la tribu de los nadie.

Y hace ya unos días que mi Francia llora, llora en el hoy de aquel adolescente, y llora en esas calles perdidas y carentes de rumbo, pero rebosantes de sentido, que – desnortadas – han visto abiertas sus entrañas para que la ignomina de la noche cercene la Luz, esa Luz de las Luces.

Y hace ya nos días que mi Francia entona el réquiem de Saint Martin para expresar, para sentir, para compartir el dolor, ese dolor tan mediterráneo, tan nuestro, tan tuyo, tan de todos, tan de todas, tan tanto que se hace corto por tan poco tanto.

Y entre tanto, y mientras tanto, llorando la vida, viviendo la muerte, desde el país de los cedros, desde las arenas de Cartago, desde las llanuras del Sahel, un acordeón pintor y bohemio, un acordeón francés y parisino, a media voz, entre susurros, y sin descanso, va salmodiando las letanías de La Oscuridad y de la Luz; mientras, atentas, las gárgolas de la isla de muertos afinan sus darbukas para llorar por todos los muertos.

Manuel Martín Santillana

Concejal IZQUIERDA UNIDA – Ayuntamiento de Osuna 


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